El martes pasado asistí como portavoz de C's a la tertulia política televisiva que diariamente emite Canal Català. El programa fue centrando el debate sobre el tema de las multas lingüísticas que el nuevo Código de Consumo aumenta hasta los 10.000€, sanciones que pueden llegar en el caso de reincidencia o incumplimiento hasta los 100.000€. Las posturas se dividían entre los que defendían las sanciones como mecanismo de imposición necesario y los que denunciabamos estas medidas como un ejemplo de la opresión nacionalista sobre las libertades de los catalanes. Pero en medio de la disputa saltó la noticia: uno de los contertulios, Santiago Espot -presidente de Catalunya Acció- anunció que militantes de su plataforma política habían denunciado durante el año 2009 a más de 3.000 comercios de toda Cataluña por incumplir la Ley de Política Lingüística al tener sus rótulos escritos en castellano. Espot se autoinculpaba, orgulloso, responsabilizándose de estas denuncias asegurando que su organización había “hecho uso de un derecho que nos confiere la ley para presentar denuncias contra aquellos establecimientos que vulneran una legislación catalana“.
La historia universal de la infamia coloca en un lugar preferente a la figura del delator. Personaje especialmente vil y repugnante, pues une a su maldad la cobardía del anonimato. Sin embargo, la autoinculpación desafiante de Espot no debe llevarnos a engaño. Los verdaderos responsables de esta situación no son los chivatos organizados al mas puro estilo nacionalsocialista, sino los partidos políticos que aprobaron la ley: el PSC, ERC, ICV y CiU.
Porque es la ley, y no quienes la usan como excusa para acosar a sus conciudadanos, quien legitima uno de los comportamientos más siniestros y abyectos posibles en una sociedad: la delación anónima. Esta figura, ajena a cualquier democracia, es propia de regímenes dictatoriales y nos recuerda los peores momentos de la Europa del siglo XX, cuando las dictaduras totalitarias de valieron de esta fórmula y de estos personajes para extender el terror y el miedo como forma de control social e instrumento para alcanzar sus objetivos.
Cataluña es una comunidad donde reina el totalitarismo nacionalista camuflado de ficción democrática. Donde desde el poder político se exalta al delator y al chivato y se persigue a los ciudadanos decentes. Unos ciudadanos que viven bajo la amenaza de unos personajes que se valen de una legislación inmoral para amedrentarles y coaccionarles. Nunca como hoy en Cataluña podemos comprobar la exactitud de aquella definición que dice que el nacionalismo como todo fanatismo, se encuentra a medio camino entre la enfermedad y el crimen.
La historia universal de la infamia coloca en un lugar preferente a la figura del delator. Personaje especialmente vil y repugnante, pues une a su maldad la cobardía del anonimato. Sin embargo, la autoinculpación desafiante de Espot no debe llevarnos a engaño. Los verdaderos responsables de esta situación no son los chivatos organizados al mas puro estilo nacionalsocialista, sino los partidos políticos que aprobaron la ley: el PSC, ERC, ICV y CiU.
Porque es la ley, y no quienes la usan como excusa para acosar a sus conciudadanos, quien legitima uno de los comportamientos más siniestros y abyectos posibles en una sociedad: la delación anónima. Esta figura, ajena a cualquier democracia, es propia de regímenes dictatoriales y nos recuerda los peores momentos de la Europa del siglo XX, cuando las dictaduras totalitarias de valieron de esta fórmula y de estos personajes para extender el terror y el miedo como forma de control social e instrumento para alcanzar sus objetivos.
Cataluña es una comunidad donde reina el totalitarismo nacionalista camuflado de ficción democrática. Donde desde el poder político se exalta al delator y al chivato y se persigue a los ciudadanos decentes. Unos ciudadanos que viven bajo la amenaza de unos personajes que se valen de una legislación inmoral para amedrentarles y coaccionarles. Nunca como hoy en Cataluña podemos comprobar la exactitud de aquella definición que dice que el nacionalismo como todo fanatismo, se encuentra a medio camino entre la enfermedad y el crimen.
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